Ministerios fueron arruinados y líderes ridiculizados, son las tristes consecuencias de este pecado. Incluso aquellos que en su momento se paseaban en medio de las piedras de fuego, cerca de la gloria de Dios, como afirma Ezequiel 28:14.
Se cree que los líderes son los blancos preferidos, pero la verdad es que su poder contaminante es muy alto, puede intoxicar a todos y por todos lados.
No hace falta llegar a la cima para ser víctima del orgullo. Hay quienes no pueden llegar a crecer porque su corazón ha sido contaminado por este pecado.
En Ezequiel 28:17 se revela que el corazón contaminado por el orgullo, se edifica un altar para sí mismo, usurpando el lugar que pertenece sólo al Señor. Revela además que el orgullo destruye la sabiduría.
La sabiduría se relaciona con el temor de Dios, según Proverbios, es decir; la persona dejó de ser sabia al ser orgullosa y al dejar de reverenciar al Señor.
Pero hay esperanzas de que las cosas cambien radicalmente, si se aplica la dosis adecuada del único antídoto.
La cura es la humildad, paradójicamente, la palabra invocada muchas veces por los orgullosos para disimular el problema.
La solución es primeramente humillarnos ante Dios, como expresa 1 Pedro 5:6: “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo”. A quienes lo hacen, Dios mismo se encargará de ponerlos en alto.