‹‹Dios es… nuestra fortaleza… ›› (Salmo 46:1)
Cuando el salmista escribió estas palabras, estaba pensando en las fortalezas, que eran sitios construidos para resistir el asedio de los enemigos que querían tomar la ciudad.
Dentro de las fortalezas estaban los capitanes del ejército, las armas y las provisiones de alimentos. Por lo general, dentro de ellas había suficiente provisión para alimentar a las tropas. Así que podemos imaginar que la seguridad en esos lugares era máxima.
La presencia de Dios en nuestras vidas se constituye en la mayor fortaleza que el ser humano pueda pretender. Puede ser que los problemas nos rodeen y quieran derribarnos, así como los enemigos asediaban la ciudad queriendo tomarla.
Muchos se derrumban ante el dolor y la pérdida. La desesperación hace estragos en nuestros pensamientos porque estamos indefensos.
En la antigüedad las personas que vivían fuera de las ciudades fortificadas, no podían repeler los ataques enemigos. De igual forma, podemos estar viviendo fuera de los muros de protección. Sólo en Dios tenemos los recursos necesarios y suficientes para hacer frente a las tentaciones y las adversidades.
Si vivimos en comunión con el Señor, tenemos abundancia con Él. No sufrimos el hambre espiritual, por lo tanto no somos débiles porque nos alimentamos bien. Los soldados que servían en las fortalezas estaban sanos y fuertes, listos para las más duras batallas.
Los que creemos en el Señor, disponemos de la fuerza necesaria para enfrentar las presiones del mundo. Nuestro corazón está contento, así como Pablo y Silas pudieron alabar al Señor, estando en la cárcel en la ciudad de Filipos cantaban con gozo.
En medio de las dificultades recordemos que nuestra fuerza está en el Señor.